El alfabeto de los dioses by Almudena Torrego

El alfabeto de los dioses by Almudena Torrego

autor:Almudena Torrego [Torrego, Almudena]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


De la molienda y la harina hecha alimento

26

Alonso

El porvenir

El hueco dejado por Julián, quien había sido enviado a Salamanca a estudiar leyes junto a mi hermano Fernando, poco a poco iba colmándose con Felipe, quien continuaba incansable, entre tareas y aprendizajes, laborando en nuestro cenobio. Con el tiempo, el zagal iba curando sus heridas, o al menos por ello hacía lo que buenamente podía. Aun así, nunca perdía ocasión de recordar su pasado y a sus seres amados perdidos, pero al menos desterrando cada vez más lo malo y apropiándose de lo bueno que iba quedando. Aunque ya lo apreciaba de antes, y puedo decir que desde el día que le conocí bajo la oscuridad de aquella cripta, mi estima por él iba creciendo y haciéndose mayor en cada jornada. Nos hicimos muy amigos, los mejores, y aunque las diferencias entre ambos eran notorias y existentes, ello no contradecía el afecto que entre ambos iba afianzándose. Felipe cumplía con todo lo que se le solicitaba en el cenobio, y aunque pareciese entregado y agradecido con el transcurso de su existencia, carecía de algo que no podía enmendarse: vocación por la vida monástica. Como hermano lego había jurado votos temporales, y pese a que intentaba con toda su alma ser fiel y comprometerse con aquel espíritu, yo sabía que no era dichoso y que aquello le acarreaba pesares en vez de halagüeños pareceres.

La desdicha de Felipe aumentaría con la noticia de que Miguel, el converso, y su familia abandonarían San Vicente poniendo sus vidas rumbo a Madrid. Unos parientes suyos, que desde hacía tiempo allí residían, les prometieron buena fortuna y desahogo si aposentaban en la villa su comercio, uniendo fuerzas y capital. Y así, hostigados por no pocas incertidumbres, mas también repletos de ilusiones y esperanzas, tomarían la decisión de abandonar nuestro pueblo y hacerse hasta la corte. La despedida sería triste, pues muchos de nosotros habíamos cultivado amistad con aquellos encubiertos sefardíes. Pero sobre todo lo sería para Felipe, porque el muchacho ya les consideraba como a la familia que nunca tuvo. Yo también sentí su marcha, al igual que fray Pedro, maese Mateo, nuestro prior y otros barquereños, que de veras les apreciaban a pesar de las inquietudes y recelos que su origen siempre había despertado en muchas almas resentidas. En aquellas despedidas y adioses, mi hermano Dieguillo fue el más pesaroso de todos. Él y Luisillo moqueaban y se abrazaban entre promesas de reunirse de nuevo cuando ya fueran mayores. ¡Qué sabrían entonces aquellas inocentes criaturas sobre lo que el destino y los devenires preparaban para ellos!

Y lo digo porque ahora he de relatar a vuestras mercedes uno de los pesares más profundos que mi alma tuvo que atravesar durante el trayecto de lo que fue mi vida. No se trataría de algo rápido, ni llegado de improviso, sino que, por el contrario, la tortura se alargaría durante semanas y la agonía unos días más. El dolor, ese, perduraría eternamente.

Dieguillo había comenzado hacía poco sus lecciones en el convento.



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